miércoles, 30 de marzo de 2011

conocer los derechos sexuales y reproductivos

¿Qué son los derechos sexuales y reproductivos?
Derechos Sexuales
Los derechos sexuales aseguran a todas las personas la posibilidad de tomar decisiones con respecto a su sexualidad y ejercerla libremente sin presión ni violencia. Son entre otros:
  • Acceder a una educación integral para la vida afectiva y sexual desde la temprana edad posibilitando, el bienestar, el desarrollo de la persona y el ejercicio de la sexualidad en forma plena, libre e informada.
  • Estar libre de discriminación, presión o violencia en nuestras vidas sexuales y en las decisiones sexuales.
  • Gozar de igualdad, respeto mutuo y responsabilidades compartidas en las relaciones sexuales que tenemos.
  • Sentir placer.
  • Recibir y dar placer.
  • Ejercer la sexualidad independiente de la reproducción.
Derechos Reproductivos
Son, entre otros, los derechos de las parejas o individuos a:
  • Decidir libre, informada y responsablemente si desean o no tener hijas/os, el número de éstos y el intervalo entre los nacimientos.
  • Tomar decisiones reproductivas libres de presión, discriminación y violencia.
  • Alcanzar el más alto nivel de salud sexual y reproductiva.
  • Recibir información clara comprensible y completa sobre métodos de regulación de la fecundidad y de prevención de las infecciones de transmisión sexual, incluído el VIH/SIDA.
  • Tener acceso a servicios de consejería sobre métodos seguros y eficaces de regulación de la fecundidad que cumplan con los estándares internacionales de seguridad y eficacia.
  • Recuperar la fertilidad cuando ésta ha sido dañada por falta de información y tratamientos adecuados.
Derechos Sexuales y Reproductivos. Foro Red de Salud y Derechos Sexuales y Reproductivos-Chile. Segunda Edición. Santiago-Chile, 2006, pp 16-17. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Sergio Vieira de Mello, resultó muerto en un atentado con explosivos perpetrado contra el edificio de la ONU en Bagdad el 19 de agosto de 2003, casi diez años después de la creación de la Oficina del Alto Comisionado, a la que se encomendó la defensa y promoción de los derechos humanos en el mundo.

Mientras uno de los más destacados defensores de los derechos humanos en el ámbito internacional yacía muerto entre los escombros, el mundo tenía buenas razones para preguntarse cómo era posible que la legitimidad y credibilidad de la ONU se hubieran deteriorado de un modo tan fatídico. Ignorada en la guerra de Irak, marginada después del conflicto, acusada de rendirse a la presión de los Estados poderosos, la ONU parecía prácticamente paralizada en sus esfuerzos para obligar a los Estados a responder de su observancia del derecho internacional y de su actuación en el campo de los derechos humanos.

En ese momento era lógico preguntarse si los sucesos de 2003 habían asestado también un golpe mortal a esa concepción de la justicia global y de la universalidad de los derechos humanos que había sido el primer motivo de inspiración para la creación de instituciones globales como la ONU. Si los gobiernos se sirven de los derechos humanos como un manto que se puede utilizar o desechar en función de intereses políticos, ¿cabe confiar en la capacidad de la comunidad internacional de Estados para hacer realidad esa concepción? ¿Y qué puede hacer la comunidad internacional de ciudadanos para rescatar los derechos humanos de entre los escombros?

La respuesta llegó la misma semana en que se produjo el atentado contra la oficina de la ONU, cuando en México un grupo de mujeres ganó la primera batalla de la lucha encaminada a obtener justicia para sus hijas asesinadas. Marginadas y pobres, habían luchado durante diez años para llegar tan lejos; pero, al final, obligaron al presidente mexicano Vicente Fox y a las autoridades federales a tomar cartas en el asunto. Yo estaba con las madres de Ciudad Juárez cuando llegó la noticia de esta victoria. No olvidaré jamás la alegría dibujada en sus rostros y su gratitud a los miles de personas de todo el mundo cuyos esfuerzos habían contribuido a hacer realidad semejante cambio. Una red mundial de solidaridad internacional había globalizado su lucha. Mientras las miraba, comprendí cuántas cosas se pueden lograr en favor de los derechos humanos gracias a ese espacio virtual y dinámico que forma la sociedad civil global.


Alrededor de 14 millones de niñas y mujeres menores de 20 años de edad dan a luz cada año en el mundo[2]. En muchos de estos casos los embarazos son no deseados y ocasionan graves riesgos de salud. Asimismo, entre dos y cuatro millones y medio de adolescentes intentan realizarse un aborto cada año[3].
Estos datos hablan por sí solos. Demuestran que los gobiernos deben reconocer a las y los jóvenes como personas sexualmente activas, garantizándoles sus derechos sexuales y reproductivos mediante políticas, leyes y programas específicos.
Voy a hablarles de un tema que genera incomodidad, que da lugar a intensos debates y que, paradójicamente, no recibe toda la atención que merece. Este tema es el de los derechos sexuales de las personas jóvenes, especialmente de las menores de 18 años de edad.
¿Por qué son importantes las personas jóvenes?
Posiblemente ustedes estén preguntándose: ¿por qué hablar sobre los derechos sexuales de las y los adolescentes? ¿por qué no hablar de los derechos sexuales de todas las personas, de una manera amplia, más allá de consideraciones de edad? Existen tres razones de peso para hacerlo.
La primera tiene que ver con le hecho de que las personas jóvenes tienden a ser más flexibles y están dispuestas a adoptar cambios en sus ideas y conductas. Si, como ha señalado la Dra. Esther Vicente, los derechos se construyen a partir de las prácticas individuales y colectivas, la construcción de los derechos sexuales a nivel social se dará más rápidamente si partimos desde las y los jóvenes.
La segunda razón está relacionada a una cuestión de justicia social. Las personas jóvenes son especialmente vulnerables y se encuentran desproporcionadamente afectadas por diferentes problemas sociales, económicos y de salud. Basta mencionar algunos datos de la realidad para constatar que esto es así. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas el 42 por ciento de las y los jóvenes vive en condiciones de pobreza, con menos de 2 dólares diarios[4]. De los 185 millones de desempleados que existen en el mundo, aproximadamente la mitad son jóvenes[5] y cerca del 50 por ciento de los ataques sexuales que ocurren en el mundo tienen lugar entre mujeres de 15 años de edad o menos[6].
Las personas jóvenes también tienen una mayor propensión a contraer infecciones de transmisión sexual. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, dos terceras partes de las infecciones de transmisión sexual registradas en el mundo ocurren entre personas menores de 25 años de edad, mientras que la mitad de todas las nuevas infecciones por VIH/SIDA se dan entre jóvenes. En América Latina, como en otras partes del mundo, las y los jóvenes encuentran enormes obstáculos para acceder a los métodos anticonceptivos que necesitan para protegerse de este tipo de infecciones. En la República Dominicana, por ejemplo, sólo el 33 por ciento de las personas de entre 20 y 24 años de edad acceden a métodos anticonceptivos modernos, mientras que el acceso entre las personas de 40 a 44 años de edad llega al 72 por ciento.